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Con el control de plagas, ¿estamos creando super ratas?

Dudas sobre si los tratamientos de desratización con rodenticidas generan ratas enfermas o super-ratas

23 Enero, 2020

La importancia de las labores de control de plagas para la sociedad es incuestionable. La gestión de las poblaciones de organismos plaga repercute positivamente en nuestra salud, nuestro entorno y nuestra economía. Una de las herramientas más habituales empleada para realizar el control de plagas, sobretodo en tiempos pasados, es la aplicación de biocidas. Lo que ocurre es que el uso indiscriminado de estos químicos puede conducir a una de las mayores dificultades con las que podemos encontrarnos en este sector. Nos referimos a la aparición de resistencias frente a dichos biocidas. Aunque también ocurre en insectos plaga, está muy bien documentado en roedores, especialmente en ratas. Por tanto, el empleo de estos métodos, sobre todo si no se hacen de manera adecuada, puede conducir a la generación de “super-ratas”, roedores inmunes a la acción de los químicos. Esta cuestión parecía estar clara hasta ahora. Sin embargo, existe otra versión radicalmente diferente sobre los efectos que los tratamientos biocidas tienen en las poblaciones de ratas urbanas.

Las ratas son unos organismos adaptados a buscar alimento de una forma muy eficaz, con tasas de reproducción elevadas, lo que les permite repoblar una determinada zona con bastante rapidez. Es sabido que la mayoría de las poblaciones de ratas se recuperan en poco tiempo, después de haber soportado una determinada campaña de control. Este fenómeno suele denominarse “efecto boomerang”. Un tratamiento de desratización exitoso, en el que se emplean rodenticidas, generalmente anticoagulantes, realizado en una determinada zona, conduce a la eliminación de la mayoría de los ejemplares de esa población. Es probable que las ratas que consiguen sobrevivir a estas actuaciones, sean portadoras de caracteres que les permiten hacer frente a la exposición frente a los rodenticidas. Como decimos, estas resistencias han sido perfectamente documentadas en ratas, por ejemplo, para la materia activa bromadiolona, identificándose las secuencias de genes que intervienen en esta “inmunidad”. Estos supervivientes pueden transmitir dichos caracteres a sus crías. De esta forma, si las ratas más aptas superan las campañas de control, la población que descienda de ellas puede estar mejor adaptada para aprovechar los recursos que le ofrecen las ciudades, sorteando incluso los nuevos tratamientos de desratización.

En sentido opuesto, la aplicación de estos tratamientos de control puede conducir a una pérdida de la variabilidad genética en la población de ratas superviviente. Algunos estudios indican que dicha disminución puede ser de hasta el 90%. Sin embargo, al recuperarse la población de roedores, partiendo de sólo unos pocos individuos, nos encontramos con tasas de endogamia elevadas, puesto que todos los miembros de esa población están estrechamente relacionados entre sí. La situación resultante es lo que los expertos llaman un cuello de botella genético, que conduce a la generación de individuos enfermizos, provistos de taras y patologías diversas como consecuencia del elevado grado de parentesco. Este aspecto es algo particularmente peligroso para la conservación de especies en peligro de extinción. No obstante, al tratarse de especies plaga, estaríamos hablando de un efecto positivo, puesto que grupos de ratas enfermas y con menor variabilidad genética, se adaptarán mucho peor a entornos tan cambiantes como las ciudades.

Entonces, ¿estamos creando “super-ratas” o ratas enfermizas? Algunos expertos que están investigando en esta materia, no tienen claro los efectos que las campañas de desratización mediante el uso de rodenticidas tendrán a largo plazo en las poblaciones de ratas. Actualmente se están realizando diversos estudios en la materia, aunque los investigadores creen que la labor se facilitaría si existiera una adecuada coordinación entre residentes, gobiernos locales, empresas de control de plagas y científicos. Mientras se resuelve este enigma, lo más efectivo es seguir los procedimientos del control integrado de plagas, dejando la lucha química como último recurso. La combinación de métodos alternativos de control físico junto con la mejora de determinados aspectos como la limpieza viaria o la gestión de residuos urbanos, ayudarán a mantener unos niveles tolerables de las poblaciones de roedores en las ciudades.