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El castor, plaga invasora de la Patagonia

El castor americano plaga en la Patagonia

2 Julio, 2015

En esta sección hemos hablado en varias ocasiones sobre los efectos adversos que las especies exóticas invasoras tienen en aquellos territorios de los que no son originarias. Esta semana nos ocupamos de otro nuevo ejemplo de como las especies introducidas por la acción humana pueden provocar graves alteraciones en los ecosistemas que ocupan. Se trata del castor americano (Castor canadensis) y su colonización del extremo más meridional del continente americano, concretamente la región de la Patagonia.

El castor americano es una especie originaria de América del Norte, ocupando naturalmente territorios que van desde Alaska y Canadá hasta el norte de México. Sin embargo, a mediados de los años 40 del pasado siglo XX, el Gobierno Argentino planeó el desarrollo de una industria peletera para lo cual introdujo 25 parejas reproductoras de esta especie en la Isla Grande de Tierra del Fuego, la más grande de las islas del archipiélago fueguino. El plan no tuvo el éxito esperado por lo que el proyecto fue abandonado y los castores liberados en la zona. Los roedores se encontraron con una tierra llena de recursos naturales por explotar y la ausencia de grandes depredadores y competidores que les hicieran frente, por lo que pronto prosperaron. Con el paso de los años fueron capaces de atravesar incluso el Estrecho de Magallanes y colonizar territorio continental, con lo que el problema se extendió también al vecino país de Chile. De esos primeros 50 castores pioneros se ha pasado en poco menos de 70 años a más de 150.000 ejemplares sólo en Argentina, convirtiéndose en una auténtica plaga.

Y es que las adecuadas condiciones que han encontrado los castores en esta región les han permitido colonizar todos los hábitats existentes, incluyendo los bosques de hoja caduca, los de hoja perenne, las turberas, la estepa patagónica y las praderas andinas.

De sobra es conocido que estos roedores son ingenieros del ecosistema, causantes de fuertes cambios en el estado físico del mismo, y directa o indirectamente capaces de controlar la disponibilidad de recursos para otros organismos. Así, los castores han supuesto significativos impactos sobre las especies autóctonas, los hábitats, los distintos ecosistemas y el paisaje en la Patagonia sur. Son responsables de la destrucción de los hayedos ribereños meridionales y de otras formaciones boscosas para la construcción de sus presas. Dichas presas cambian directamente los procesos hidrológicos y los flujos de sedimentos. Mediante la creación de zonas inundadas, los castores cambian los patrones de drenaje y de profundidad de la masa de agua, causando con ello la acumulación de sedimentos y de materia orgánica, lo que en definitiva altera los ciclos de nutrientes, los procesos de descomposición y la química del agua y del suelo.

Su presencia por tanto está amenazando valores de biodiversidad de importancia global en el sur de la Patagonia, donde los bosques templados y las turberas dominan el paisaje en una de las mayores regiones prácticamente vírgenes del planeta. Estas formaciones desempeñan además un papel clave en los procesos de circulación global, ya que constituyen los más significativos reservorios terrestres y sumideros de carbono en estas latitudes. Sin embargo, son extremadamente sensibles a los impactos provocados por las especies introducidas.

A todo esto hay que añadir los impactos económicos que causan en la acuicultura, la agricultura y la silvicultura principalmente. Además, su actividad reduce la disponibilidad y calidad de pastos para el ganado, obstruye los sistemas de alcantarillado y puede provocar la destrucción de puentes y carreteras.

Para tratar de controlarlos, durante años se han llevado a cabo distintos proyectos de erradicación en ambos países sudamericanos, mediante campañas de sacrificio sostenible, contratación de tramperos locales, entrega de recompensas por captura o incluso la autorización del consumo de su carne. Sin embargo, hasta la fecha todos los esfuerzos han resultado insuficientes y la plaga de roedores sigue su expansión hacia el norte.

Esta invasión es un buen ejemplo de cómo la huella humana puede llegar hasta las últimas áreas salvajes del mundo, y como un peligro a nivel global como son las invasiones biológicas, puede afectar a la biodiversidad y los procesos ecológicos claves en zonas remotas y aparentemente aisladas. 

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